Ese día en el cielo, un grupo de ángeles estaba pintando el arco iris. Uno de ellos, Valentín, colgado de una estrella, se balanceaba con el pincel en la mano. Otro, Juanito, para hacer más rápido, se tomó de la cola de un cometa y en un santiamén aplicó el color amarillo.
Sobre una nube, otro angelito, llamado justamente, Justo, un poco regordete, repasaba los bordes para que el trabajo quedara perfecto.
De repente oyeron el tañir de una campana. Era un llamado urgente de Dios.
Los tres se deslizaron a través del arco iris para llegar rápido ante la presencia del Señor.
Dios, se puso de pié frente a su trono celestial y les dijo:-Voy a necesitarlos.
Los angelitos estaban locos de contentos. Por fin tendrían una misión importante.
El Señor, que podía leer sus pensamientos les dijo: - Una tarea trascendente, de vital importancia, pues se ha perdido un gato llamado Loló.
Los angelitos se miraron asombrados. ¿Un gato? ¿Tarea trascendente?
Dios insistió:- Hay un niño, llamado Joaquín que está muy triste porque ha perdido su gato y ustedes van a ayudarme a devolverle la alegría a ese pequeño.
-Joaquín es un niño muy solitario. Le cuesta hacerse de amigos y su gato lo espera cuando llega de la escuela y lo acompaña mientras estudia. El lo alimenta y lo cuida. Le arma pelotitas para jugar y así se entretiene cuando está solo. Pero un día, cuando el gato estaba solo, salió a pasear y se alejó tanto de su casa que ya no puedo encontrar el camino de regreso. Joaquín llora porque lo extraña mucho y el gatito tampoco la está pasando muy bien.-explicó Dios a sus ángeles-Y, como en secreto, les sopló palabras a los oídos de cada uno. Cuando terminaron de escuchar las indicaciones corrieron alegres, agitando sus alas a cumplir su importante misión.
Valentín encontró a Loló temblando de frío, asustado y con hambre, en el umbral de una vieja casa abandonada y lo acurrucó con sus alas para darle calor.
Lily entonces se dirigió a su madre y le pidió: - ¿Mami, podemos pasar a ver la vieja calesita?
-Pero Lily, si hace años que está cerrada. Tenemos que desviarnos dos cuadras y sabes que estoy apurada.
La niña, obediente, comprendió que su madre teína razón, pero Juanito volvió a inspirarle palabras al oído con insistencia.
Lily, entonces dijo:- Por favor mami. Es un minuto nada más. Tengo tantas ganas de volver a verla.
La madre, que no podía negarle nada a su hija si se lo pedía con tanta ternura, accedió finalmente darle el gusto.-Está bien. Pero rápido porque tengo que preparar la comida y tu padre debe estar por llegar a casa.
Y así madre e hija desviaron su recorrido hasta llegara la vieja calesita.
Qué tristeza le produjo a Lily verla en ese estado de abandono. Los vibrantes colores que ella recordaba ya no existían y tampoco los animales de madera donde ella se ubicaba para girar y girar mientras sonaba una música de organito. Lily se quedó pensativa y triste, ya que esa imagen era tan distinta a la de sus recuerdos felices.
De pronto escuchó un largo Miauuu, viniendo de una casa vecina y corrió a ver de qué se trataba.
-Mirá mami. Qué hermoso gatito.
-Si es un gato muy hermoso. Debe tener dueño. Fíjate que tiene un collarcito con una medalla que dice Loló.
-Y si está perdido…¿Puedo llevarlo a casa?
-Lily- respondió la madre-¿Cómo se te ocurre llevar un animal a casa?
Camilo, viendo que la situación se ponía difícil, abandonó a Loló que inmediatamente comenzó a temblar de frío sin el abrigo de sus alas y Juanito intentó a inspirarle deseos de ternura y protección a la madre de Lily.
-Pobrecito, está temblando- dijo Lily- Debe tener frío y hambre.
-Está bien. Lo llevamos a casa, pero tienes que prometerme que vas a tratar de encontrar a su dueño.
-La cara de Lily se transformó en una sonrisa y tomando a Loló en sus brazos lo abrigó con el calor de su cuerpo y el gatito, aunque no la conocía le devolvió un largo Miauu agradecido.
Llevaron a Loló a su casa, lo alimentaron y le armaron una camita para que estuviera cómodo.
La mamá le tomó fotos al gato, armaron muchas fotocopias con la cara del gatito y el único dato de que disponían: el nombre.
Luego recorrieron el barrio pegando las fotocopias en la calle y en los comercios con la esperanza de hallar a su legítimo dueño.
Valentín y Juanito, habían cumplido su cometido pero el dueño no aparecía porque el gatito se había alejado mucho de su casa.
Justo, el ángel regordete, sabía que la abuela de Joaquín, a quién él llamaba cariñosamente Bobó, acostumbraba ir a una peluquería muy cerca de la casa de Lily pero no iba muy seguido porque no disponía de muchos ingresos y la peluquería era para ella un gasto superfluo.
Esa semana, Bobó, había invitado a Joaquín a almorzar, porque sabía que estaba triste y quería distraerlo preparándole su comida favorita.
Justo llevó a Bobó frente al espejo y la hizo verse fea y desgreñada. Pensó que su nieto no se sentiría feliz al verla con ese aspecto y decidió hacer una visita a la peluquería.
Bobó pidió que le cortaran el cabello, le hicieran el color y le arreglaran las uñas de las manos. Se sentía mucho mejor. Cuando se disponía a pagar, vio la fotocopia sobre la vidriera con la foto de Loló. No podía creerlo. Ahora su alegría era completa.
Ni bien llegó a su casa, llamó a Lily para concertar el encuentro.
Cuando Joaquín y sus padres llegaron a la casa de Bobó, la mesa estaba preparada para almorzar.
-Tengo una sorpresa. Te hice empanaditas de atún, pastel de papas y postre de chocolate. Tu comida preferida- Dijo Bobó con una sonrisa más grande que su propia boca.
Joaquín sonrió y la abrazó agradecido. Estaba contento con su abuela pero su compañero de juegos no estaba a su lado y lo extrañaba mucho.
Cuando estaban a punto de disfrutar el postre, sonó el timbre.
-¿Quién será a esta hora?- Preguntó Joaquín
-¡Tengo otra sorpresa para vos!-respondió Bobó- Acompáñame a la puerta
Espero que no haya comprado juguetes, pensó Joaquín.
Valentín, Juanito y Justo ya se habían acomodado junto a la puerta. No se querían perder por nada del cielo la cara de sorpresa y alegría de Joaquín.
Cuando abrieron la puerta, allí estaban: Lily con Loló en brazos y sus padres acompañándola.
Joaquín estalló en un grito de alegría. Loló lo reconoció al instante, y de un salto se acomodó en sus brazos lamiéndole la cara. Las dos familias festejaron el encuentro saboreando el postre de la abuela. Joaquín y Lily se hicieron amigos y de allí en más, cuando Joaquín visitaba a su abuela, Lily estaba invitada a jugar.
Los ángeles regresaron al cielo con la satisfacción de haber cumplido su misión, y felices se dispusieron a pintar unas nubes de color caramelo para celebrar el reencuentro.
Juanito esa noche contaba estrellas. El cielo estaba límpido. Era una noche hermosa. Llevaba las cuentas ordenadamente según el brillo. ¿Cuántas había contado hasta ahora?
¿Cientos? ¿Miles? No importaba. Era su tarea y debía continuar sin cansarse.
De repente oyó la voz del Señor que lo llamaba:- ¡Juanito! ¡Ven, Juanito!
Juanito corrió y se puso en presencia de Dios.
Juanito, ha llegado el momento más esperado para todos los hombres. Va a nacer mi hijo. Corre a anunciar su llegada a los hombres.
Juanito no sabía para donde correr, de tanto entusiasmo que tenía.
-¡A Belén!, corre para Belén!
Y allí se fue Juanito, trompeta en mano, agitando sus alas blancas.
Llegó a Belén bien entrada la noche. ¿Y ahora que hago?, se preguntó el angelito.
Si es el hijo de Dios el que nace, pensó, buscaré en los palacios. No había muchos. Belén era una ciudad pequeña. Se acercó al primer palacio que vio y golpeó la puerta.
-¿Quién golpea? Contestó una voz ronca desde adentro.-Solo quiero preguntarle si ha nacido un niño en esta casa- contestó Juanito tímidamente.
El angelito continuó buscando una mansión apropiada para el hijo de Dios.
Desde lo alto pudo ver una hermosa casa rodeada de hermosos jardines y se aproximó para ver quién vivía allí antes de despertar a todos. Solo la habitaban dos ancianos que dormían profundamente. En otra casa, Tampoco había bebés.
Y así , Juanito buscó y buscó pacientemente entre los mejores lugares de Belén sin ningún resultado.
Será mejor que pregunte por ahí. No sea que me den una paliza -pensó el angelito bastante desanimado.
Vio que había mucha gente en las calles y esto le llamó la atención.
¿Qué está pasando?-le preguntó a un señor que amarraba un par de burros.
¿De donde vienes que no sabes lo que ocurre?- Respondió el hombre, con voz airada.
Juanito trató de esconder sus alas y puso cara de tonto.
¿No sabes que hay un censo?-Le dijo el hombre- Las personas que han nacido aquí, no importa adonde vivan ahora, deben volver a inscribirse aquí. Es una nueva ley.
-Y por casualidad, ¿No ha visto usted a una joven embarazada?-preguntó Juanito
El hombre terminó de amarrar los burros y se quedó pensando.-Me parece que vi pasar a una. Mejor pregunta en la posada. Hay mucha gente alojada allí.
Juanito, ni lerdo ni perezoso salió corriendo hacia la posada. El hombre tenía razón. Había muchísima gente agolpada. Se dirigió al encargado y le preguntó: Disculpe Señor. ¿Habrá entre sus huéspedes una joven embarazada?
-Esta tarde vino una joven a punto de dar a luz, pero tú puedes ver el gentío que hay aquí. Se fueron a buscar otro sitio más tranquilo para que nazca el niño.
Juanito estaba a punto de llorar cuando miró hacia el cielo y vio una estrella más brillante que las otras. Con su luz iluminaba un lugar en la montaña.
Agitó sus alas con muchísima fuerza y llegó al lugar en un santiamén.
Era un pesebre. O sea un lugar para guardar animales. Había burros y vacas que con el calor de su aliento le brindaban calidez al lugar.
Allí estaba María. La Virgen Madre del Hijo de Dios. Más bella que una rosa perfumada, arropando en pañales al pequeño Jesús. San José, entusiasmado, armaba una cuna mullida con pasto seco.
Juanito estaba tan emocionado. ¡Había visto al Hijo de Dios vivo en persona!
Tomó su trompeta y corrió a la montaña. Allí se encontraban unos pastores un poco dormidos paciendo sus ovejas. Los despertó a trompetazo limpio.
-Les vengo a anunciar una gran alegría para todos los hombres. Ha nacido el Mesías, el Hijo de Dios. Lo encontrarán recostado en un pesebre. Vayan a saludarlo-gritó entusiasmado.
Los pastores, junto con sus ovejas, salieron corriendo para el lugar que Juanito les había indicado y fueron los primeros hombres en rendir honores al Hijo de Dios.
Pronto se acercaron muchísimos coros de ángeles para anunciar la llegada del salvador
Juanito, el angelito, decidió divertirse. Se tomó de la cola de un cometa y se deslizó entre estrellas y planetas. ¡Qué espectáculo maravilloso¡ Sentir la brisa del polvo estelar sobre sus alas blancas le provocaba una inmensa alegría.
Había pasado mucho tiempo distraído en su juego celestial, cuando oyó una campana lejana. -Oh,- se dijo.-Es el Señor que me llama. Soltó al cometa y se puso en presencia de Dios.
-Tú me llamas, Señor. Aquí estoy- Le dijo mientras acomodaba su plumaje.
-¿Sabes que día es hoy?-Le preguntó Dios
-Me parece que me olvidé de algo- respondió Juanito.
-Exactamente.-le dijo Dios.- Te olvidaste de ir a agitar el agua de la fuente de Betzaba.
-Los enfermos hace mucho tiempo que esperan tu llegada.-Le dijo Dios.
-Me presentaré de inmediato, Señor- respondió Juanito como un soldado.
Juanito estaba encargado de agitar el agua de la fuente de Betzaba una vez al año. Los enfermos esperaban la llegada del ángel porque aquél que ingresara a la fuente cuando el ángel movía sus aguas, quedaba curado para siempre.
Cuando Juanito llegó, vio el mismo triste espectáculo, Muchos enfermos que esperaban pacientemente su llegada. Algunos estaban a la sombra, cansados por la larga espera.
Hacía treinta y ocho años que veía a un paralítico recostado en su camilla, que a pesar de estar inmovilizado, se mantenía esperanzado en su curación. Sin familia que lo ayudase, dependía para su subsistencia de las limosnas que recibía.
Este buen hombre, no tenía forma de llegar a la piscina rápidamente porque para movilizarse necesitaba de la ayuda de otros y siempre había otro enfermo que se zambullía en la piscina antes que él. Pero su fe en dios era tan grande que no perdía las esperanzas.
Juanito se acercó a la piscina y agitó el agua. Un sordomudo se arrojó y salió alabando a Dios y a sus ángeles dando grandes los gritos.
Para uno era una fuente de alegría, pero para el pobre paralítico era otra oportunidad perdida.
En aquel momento, se presentó Jesús, el Hijo de Dios ante la piscina y Juanito le llamó la atención parándose justo detrás del paralítico.
Jesús vio al paralítico acostado en su camilla, y conociendo que llevaba ya mucho tiempo le dijo: ¿Quieres ser curado? Respondió el enfermo: Señor, no tengo a nadie que al moverse el agua me meta en la piscina, y mientras yo voy, baja otro antes de mí.
Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda. Al instante quedó sano y tomó su camilla y se fue.
Juanito se emocionó tanto que voló y voló agitando sus alas sobre las flores de los jardines cercanos, dejando una brisa perfumada detrás de sí.
Ya en el cielo, con la felicidad de la misión cumplida se durmió sobre una nube blanca.
Esa mañana Juanito, el ángel de Dios, ensayaba con su trompeta una nueva melodía mientras esperaba pacientemente un nuevo encargo del Señor.
Los pájaros le hacían coro despertando a los hombres a la madrugada recordándoles la llegada de un nuevo día para dar gracias a Dios.
En medio del concierto celestial se presentó el Señor.
-¡Qué sorpresa! ¿A qué debo su gloriosa visita?-preguntó el ángel -Juanito, tengo una misión para ti.-Debes ir urgente a Luján. María te necesita.
-Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad- respondió Juanito, siempre dispuesto a cumplir cualquier mandato de su Señor.
-Vete, vete ya- le ordenó Dios
Juanito no tenía idea de que se trataba todo esto. Pensaba que la Virgen María se lo comunicaría ni bien llegar al lugar. Y partió para Lujan.
Juanito se encontró en medio del vasto campo argentino. Una pampa extensa donde el horizonte era una línea y el paisaje verde los envolvía como si fuera el cielo. Allí, a orillas del río Lujan, había una caravana de varias carretas que habían partido de Buenos Aires y debían llegar al norte, a la localidad de Sumampa con su preciosa carga.
Varios paisanos vestidos de gaucho trataban inútilmente de hacer cruzar el río a una de las carretas tiradas por bueyes.
Juanito se sentó a contemplar lo que ocurría mientras decidía que era lo más conveniente.
Los hombres conversaban sobre cuál eran las distintas alternativas al problema.
Uno, de amplia barba y bigotes espesos dijo:- Yo creo que los bueyes le tienen miedo al agua.
Otro, más viejo dijo:- Ya hemos cruzado varios ríos y jamás se empacaron de esta manera. Deben tener hambre.
El más jovencito replicó:-Hambre no tienen. Han comido una ración más que abundante.
El de los bigotes espesos, retrucó:-Entonces estos bueyes tienen calor o están cansados.
El más viejo pensativo dijo:-Pongámoslos a la sombra hasta mañana y ahí sabremos si ese es el problema.
Soltaron los bueyes y los colocaron a descansar bajo un enorme ombú. El árbol más grande de la pampa argentina.
Mientras tanto, como se acercaba la noche y los paisanos también estaban cansados, armaron un fogón y cebaron mate mientras preparaban su comida.
Antes de dormir escucharon unos pasos y luego una voz que a los gritos proclamaba: ¡Ave María Purísima!
Ese era el saludo de alguien que se acercaba amigablemente. Entonces, casi a coro los paisanos respondieron: ¡Sin Pecado Concebida!
Se acercó un gaucho que se presento diciendo:- Mi nombre es Rosendo de Oramas. Vivo atrás de ese monte. Alcancé a ver la luz del fogón y como me imaginé que algo había ocurrido, les traje pan recién horneado.
A los paisanos se les iluminó el rostro de felicidad y lo invitaron a compartir el mate mientras le relataban lo que pasaba con los bueyes.
A Don Rosendo le llamó la atención. Eso jamás había ocurrido. Él tenía mucha experiencia ya que constantemente pasaban caravanas por ese lugar para llegar al norte.
Don Rosendo les aconsejó que trataran de cruzar los bueyes sin las carretas para que le tomaran confianza al río y luego los amarraran.
Se levantaron bien temprano y siguiendo los consejos del gaucho los hicieron cruzar varias veces el río de un lado al otro para que se hicieran amigos del río.
Juanito observaba y le parecía que ya estaba todo prácticamente resuelto sin necesidad de su intervención.
Pero en cuanto amarraron los bueyes a la carreta, los animales se quedaron parados como si las patas se hubieran petrificado.
-Debe estar muy pesada la carreta. Dijo el más joven.
-Ya estamos perdiendo mucho tiempo con esta historia. Bajemos la carga de una buena vez.
Los paisanos comenzaron a desocupar la carreta. Mientras descargaban probaban si los bueyes caminaban, pero no daban ni un paso. En el fondo de la misma había dos cajas no muy grandes que contenían dos imágenes de la virgen.
Cuando bajaron la caja más pequeña los bueyes comenzaron a moverse nuevamente.
-Parece que les volvió el alma al cuerpo a estas bestias-dijeron los paisanos.
Pero, ni bien colocaron la caja conteniendo la imagen más pequeña de la Virgen, otra vez los bueyes se empacaron.
-¡Esto no puede ser! Si no llegamos a Sumampa a tiempo nos van a despedir sin pagarnos un centavo por nuestro trabajo. Los paisanos estaban cansados de arrastrar los bueyes, mojados y embarrados hasta la cintura.
Juanito pensó que era el momento de actuar. Los ayudaría a mover la carreta.
Cuando se disponía dar ese paso, se le acercó la Virgen María, pero solo Juanito podía verla, y le dijo: Quédate donde estás. Este es el lugar en que quiero quedarme, ayúdame a que comprendan que deseo ser la Madre gaucha de todos los argentinos.
Luego agregó:-Mira esto- Y como si estuviera viendo una película, María le mostró la visión de un gran santuario y millones de personas peregrinando para rezar junto a ella.
-Ve a buscar a Don Rosendo- agregó María.
Juanito salió volando hacia el rancho de Rosendo y le suspiró al oído con tanta fuerza que lo hizo girar la cabeza hacia el río.
Le llamó la atención que todavía los paisanos estuvieran ahí y decidió volver a visitarlos.
Al llegar volvió a saludarlos :- ¡Ave María Purísima!
-¡Sin Pecado Concebida! - respondieron al unísono.
Le relataron lo que ocurría y Don Rosendo les dijo: -suban los bultos de a uno y prueben si los bueyes se mueven.
Los paisanos volvieron a intentarlo. Los bueyes se movían con facilidad. Salvo cuando colocaban la pequeña caja con la imagen de la Virgen.
Juanito volvió a inspirar el corazón de Don Rosendo. Y este con firmeza dijo:-Es la Virgen María. Ella quiere quedarse aquí.-y agregó-Me ofrezco a cuidarla mientras siguen su camino.
Los paisanos comprendieron que estaban ante un milagro y aceptaron la oferta sin chistar.
María y Juanito sonrieron como dos chicos que hacen una travesura. Don Rosendo llevó la imagen a su rancho y le preparó el lugar más digno que su pobreza le permitía.
El rumor de la Virgen milagrosa corrió con toda velocidad entre los habitantes de la zona y pronto comenzaron a llegar peregrinos desde lugares lejanos.
Estos fueron los comienzos de la devoción a la Virgen de Luján