Sabemos que hay ángeles malos ya que nos hablan de ellos las Sagradas Escrituras.
No fueron creados malos, sino que optaron, haciendo uso de su libertad, por alejarse de Dios.
Dios creó a los ángeles en la perfección de su naturaleza como espíritus puros. Les dio vida sobrenatural, pero para gozar de la visión beatífica, debían pasar una prueba.
Como ya sabemos, los ángeles no procrean. No hay conexión orgánica entre un ángel y el otro, por lo tanto no hay un ángel que represente a los otros porque no existe lo que se llama raza angelical. Por lo tanto la prueba fue para cada uno de ellos de ellos en forma independiente.
No sabemos cual fue la prueba, pero si sabemos que fallaron a través de cierta clase de soberbia frente a Dios. Enfrentados con la alternativa de elegir entre Dios o ellos mismos, optaron por ellos mismos. Ese amor por si mismos, creció hasta convertirse en odio a Dios y sus voluntades se estabilizaron de modo que no pueden cambiar.
En su odio continuo a Dios prosiguen su batalla contra el bien, tratando de ganar la voluntad de los hombres.
Sabemos que uno de esos ángeles rebeldes, se convirtió en jefe de todos los demás y se llama Satanás. Esta es una palabra hebrea que significa adversario o acusador.
Significa lo mismo que la palabra griega Diabolos, de donde deriva la palabra Diablo.
Hay un solo diablo, el resto son demonios. La rebelión fue asunto suyo y luego sedujo al resto. Su nombre era Lucifer, el portador de la luz. Podemos encontrar varios nombres en la Biblia: Asmodeo, Belcebú, Belial y Apolión.
Estos ángeles se han elegido a ellos mismos como seres distintos y aparte de Dios y los resultados de esta elección fueron trágicos ya que Dios no perdonó a los ángeles que pecaron.
En las Sagradas Escrituras se hace referencia a una batalla entre los ángeles rebeldes y los ángeles fieles. Allí, Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón y sus ángeles.
Satanás y sus ángeles fueron arrojados del cielo, de la visión beatífica, al infierno.